13 marzo 2025

Lo real

Tweet del 24/12/20 – 6:53 pm

El planteo de @ArielDvoskin, (“decir que no hay verdad, es, en realidad argumentar que sí hay verdad”) es una gran famosa paradoja planteada en la antigüedad por Platón en el siglo IV a.c (¡increíble!). Cuando decía esto, estaba discutiendo con la posmodernidad de esa época.

Creo que la posmodernidad del siglo XXI viene a recordarnos de algún modo que no hay *una* verdad *absoluta*, que las verdades cuando se plantean como absolutas se derrumban, tarde o temprano (Kuhn).

Sin embargo, ya en Hegel (siglo XIX), ese momento de consciencia, el que trata de captar la verdad, como una esencia, o como algo absoluto, se hunde catastróficamente en las primeras páginas de la fenomenología (un libro casi indescifrable pero espectacular).

¿Y qué queda entonces? El camino de la desesperación como una manifestación del carácter histórico y contradictorio de lo real mismo, y más aún, de su naturaleza conceptual y social.

El gran problema consiste en comprender que cualquier objeto es en realidad concepto.

El objeto (al menos el objeto de la filosofía moderna) nunca es algo inmediato, externo al lenguaje, ni mucho menos algo absoluto ni exterior a nosotros, que está esperando, simplemente ahí, a ser descubierto.

El problema que tiene la humanidad no cultivada en la modernidad es que cuando se propone empezar a conocer algo, parte de suponer, sin saber que lo supone (esto es lo terrible), que lo real es: inmediato, a- conceptual, absoluto y externo a la consciencia.

(Nota 13.03.25: este planteo, presente en la Fenomenología del Espíritu de Hegel, es recuperado por Gadamer para cuestionar a la ilustración cuando sostiene que un pensamiento verdaderamente ilustrado debe prescindir de todo prejuicio. Para Gadamer, el prejuicio es inevitable. De lo que se trata es de comprender a partir del análisis de la tradición - el pasado histórico - los prejuicios que nos atraviesan en tanto prejuicios. Esta práctica es constitutiva de la comprensión). 

La gran verdad que hay que descubrir entonces es que, lo real, es exactamente lo contrario: un movimiento, conceptual, contradictorio, que discurre en el propio seno del lenguaje y, por lo tanto, al interior del hombre.

Me pregunto si la posmodernidad acaso no insiste en reaparecer porque aún no se comprendió del todo que la verdad no es como se suele suponer que es (absoluta, inmediata, exterior, etc.).

Entonces, me parece que hay que diferenciar: una cosa es decir que no hay verdad en un sentido absoluto (creo que es esto lo que refleja el planteo de @La_Inca), lo cual no es lo mismo que decir que no hay verdad en general (argumento que, si se quiere sostener de algún modo, más bien mejor, quedarse callado, porque el lenguaje te va a traicionar, como lo clarifica @ArielDovskin).

Dos notas al pie:

1. Mi lado posmoderno recomienda fervientemente el libro de Hayden White (Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, un filósofo posmoderno expone cómo Marx, Hegel, Croce, Tocqueville, etc. construyen sus argumentos sobre la historia en el siglo XIX mostrando que ninguno es refutable a partir de la evidencia empírica).

2. Genera inquietud una idea que es desarrollada de algún modo por Derrida según entiendo, por la cual, de alguna manera el lenguaje viene a *tapar*, *encubrir* algo a lo que parecería que a su vez no se puede acceder, a saber:

lo real no atravesado por el lenguaje, es decir: lo imposible.

¿Hay acaso dos mundos: el del lenguaje y el del más allá del lenguaje? La inteligencia humana parece estar preparada para, de algún modo, creer con mucha convicción que hay algo “más allá” (Kant) del lenguaje, en términos de la matrix se trataría del desierto de lo real (es decir, de lo real despojado de todos sus símbolos… pero ¿es esto real?).

Los grandes genios de la humanidad son los que habitan de algún modo los dos mundos: son los que se ocupan de traer al mundo del lenguaje aquello que estaba en el desierto de lo real y que parecía imposible de poner con palabras.

En el desierto de lo real, también suelen habitar los animales y los bebés recién nacidos.

30 diciembre 2024

Prejuicio ilustrado

"Solo este reconocimiento del carácter esencialmente prejuicioso de toda comprensión confiere al problema hermenéutico toda la agudeza de su dimensión. Medido por este patrón se vuelve claro que el historicismo, pese a toda crítica al racionalismo y al pensamiento iusnaturalista, se encuentra él mismo sobre el suelo de la moderna ilustración y comparte impensadamente sus prejuicios. Pues existe realmente un prejuicio de la Ilustración, que es el que soporta y determina su esencia: este prejuicio básico de la Ilustración es el prejuicio contra todo prejuicio y con ello la desvirtuación de la tradición".

H. G. G. Verdad y método. p. 337. Ediciones Sígueme. 

19 diciembre 2024

¿Volver al origen?

Para Scheleiermacher, el saber histórico, cuyo objeto es el estudio de algo que está ausente, abre el camino que permite suplir lo perdido y reconstruir la tradición ya que nos devuelve lo ocasional y originario. La hermeneútica en él se orienta hacia la recuperación del origen de lo acontecido, que es donde debe buscarse, según él, el significado de lo sucedido. Así, podría decirse, por ejemplo, que el significado de la revolución francesa se encuentra en el contexto mismo que dio origen a dicha revolución. Es preciso volver a ese momento, para intentar comprender las motivaciones de sus protagonistas. El significado del hecho histórico, hay que buscarlo entonces en la producción original a partir de las motivaciones de sus autores, considerando, también sus intenciones.


Sin embargo, Gadamer, a partir de Hegel, nos recuerda que la reconstrucción de las condiciones originales, igual que toda restauración, es una empresa impotente. En efecto: lo reconstruido, la vida recuperada desde esta lejanía, no es la original. "Ni la imagen devuelta del museo a la iglesia, ni el edificio reconstruido según su estado más antiguo, son lo que fueron. Se convierten en un simple objetivo para turistas".

Para ilustrar esto, Gadamer cita a Hegel (FDE):

(Las obras de la musa) no son más que lo que son para nosotros: bellos frutos caídos del árbol. Un destino amable nos lo ha ofrecido como ofrece una muchacha estos frutos. No hay ya la verdadera vida de su existencia, no hay el árbol que los produjo, no hay la tierra ni los elementos que eran sus sustancia, ni el clima que dominaba su proceso de llegar a ser. Con las obras de aquel arte el destino no nos trae su mundo, ni la primavera ni el verano de la vida moral en la que florecieron y maduraron, sino solo el recuerdo velado de aquella realidad.

(...)

Pero igual que la muchacha que nos ofrece la fruta cogida es más que su naturaleza, sus condiciones y elementos, más que el árbol, que el aire, la luz, etc., que se ofrecen inmediatamente; pues ella, en el rayo de la mirada autoconsciente y del gesto oferente, reúne todo esto de una manera superior; así también, el espíritu del destino que nos ofrece aquellas obras de arte es más que la vida moral y la realidad de aquel pueblo, pues es la re-memoración del espíritu que en ellas aún estaba fuera de sí: es el espíritu del destino trágico que reúne a todos aquellos dioses y atributos individuales de la sustancia en el pantheón uno, en el espíritu autoconsciente de sí mismo como espíritu. 

 

Así, en Hegel y en Gadamer, la esencia del espíritu histórico no consiste en la restitución del pasado, sino en la mediación del pensamiento del pasado con la vida actual

18 noviembre 2024

La escritura y la importancia de la hermeneútica en Gadamer

 ...."no es casual que en el fenómeno de la literatura se encuentre el punto en el que el arte y la ciencia se invaden el uno al otro. El modo de ser de la literatura tiene algo peculiar e incomparable, y plantea una tarea muy específica a su transformación en comprensión. No hay nada que sea al mismo tiempo tan extraño y tan estimulado de la comprensión como la escritura. Ni siquiera el encuentro con hombres de lengua extraña puede compararse con esta extrañeza y extrañamiento, pues el lenguaje de los gestos y del tono contiene ya siempre un momento de comprensión inmediata. La escritura y la literatura en cuanto que participa de ella, es la comprensibilidad del espíritu más volcada hacia lo extraño. No hay nada que sea una huella tan pura del espíritu como la escritura, y nada está tan absolutamente referido al espíritu comprendedor como ella. En su desciframiento e interpretación ocurre un milagro: la transformación de algo extraño y muerto, en un ser absolutamente familiar y coetáneo. Ningún otro género de tradición que nos llegue del pasado se parece a este. Las reliquias de una vida pasada, los restos de los edificios, instrumentos, el contenido de los enterramientos, han sufrido la erosión de los vendavales del tiempo que han pasado por ellos; en cambio, la tradición escrita, desde el momento en que se descifra y se lee, es tan espíritu puro que nos habla como si fuera actual. Por eso la capacidad de lectura, que es la de entenderse con lo escrito, es como un arte secreto, como un hechizo que nos ata y nos suelta. En él parecen cancelados el espacio y el tiempo. El que sabe leer lo transmitido por escrito atestigua y realiza la pura actualidad del pasado. 

Por eso, y a despecho de todas las fronteras que trace la estética, en nuestro contexto es el concepto más amplio de literatura el que se hace vigente. Así como hemos podido mostrar que el ser de la obra de arte es un juego que sólo se cumple en su recepción por el espectador, de los textos en general hay que decir que sólo en su comprensión se produce la reconversión de la huella de sentido muerta en un sentido vivo. Es por lo tanto necesario preguntarse si lo que hemos mostrado en relación con la experiencia del arte puede afirmarse también para la comprensión de textos en general, incluso de los que no son obra de arte. Ya habíamos visto que la obra de arte sólo alcanza su cumplimiento cuando encuentra su representación (1), y esto nos había obligado a concluir que toda obra de arte literario sólo se realiza en su lectura.  Pues bien, ¿vale esto también para la comprensión de cualquier texto? ¿El sentido de cualquier texto se realiza solo en su recepción por el que lo comprende? ¿Pertenece la comprensión al acontecer del sentido de un texto -por decirlo de otro modo - igual que pertenece a la música el que se la vuelva audible? ¿Puede seguir hablándose de comprensión cuando uno se conduce respecto al sentido de un texto con la misma libertad que el artista reproductivo respecto a su modelo?"


Hans-Georg Gadamer, Verdad y método. Ediciones Sígueme.  Págs. 216 - 217.

(1) El concepto de representación en Gadamer tiene un significado preciso y específico: se refiere al hecho de que la obra de arte  es comprendida como representación de lo bello en el juego

En este aspecto, la representación no se reduce a ser copia de un modelo, sino que posee una entidad que le es propia en tanto que "no es mera repetición sino verdadero poner de relieve...el que reproduce algo está obligado a dejar unas cosas y destacar otras. Al estar mostrando tiene que exagerar, lo quiera o no. Y en este sentido se produce una desproporción óntica insuperable entre lo que es como algo y aquello a lo que quiere asemejarse". De esta manera "el Aquiles de Homero es más que su modelo original".  Pág. 159. 

Por su parte, el juego no se refiere al comportamiento ni al estado de ánimo del que crea o disfruta, sino al modo de ser de la propia obra de arte. El jugar es un movimiento que está en una referencia esencial muy peculiar a la seriedad. En el juego se da una seriedad propia, sagrada. Quedan en suspenso las referencias finales que determinan la existencia activa y preocupada. El jugador sabe bien que el juego no es más que juego, sin embargo, no sabe esto de manera tal que como jugador mantuviera presente esta referencia a la seriedad. De hecho el juego solo cumple el objetivo que le es propio cuando el jugador se abandona del todo al juego. "El jugador sabe muy bien lo que es el juego, y que lo que hace no es más que juego, lo que no sabe es que lo sabe". 

"La obra de arte tiene su verdadero ser en el hecho de que se convierte en una experiencia que modifica al que la experimenta. El sujeto de la experiencia del arte, lo que permanece y queda constante, no es la subjetividad del que experimenta sino la obra de arte misma. Y éste es precisamente el punto en el que se vuelve significativo el modo de ser del juego. Pues este posee una esencia propia , independiente de la consciencia de los que juegan , e incluso sólo lo hay verdaderamente, cuando ningún ser para sí de la subjetividad limita el horizonte temático y cuando no hay sujetos que se comporten lúdicamente. El sujeto del juego no son los jugadores, sino que a través de ellos el juego simplemente accede a su manifestación". Pág. 145.